En realidad, es más que llegar
Cuando comencé a ver las primeras luces del día, mis latidos ya tendrían que pagar multa por exceso de velocidad. Era como si antes no hubiera habido nada a mi alrededor. Sentía solo mi respiración muy acelerada y la de cuarenta jóvenes a mi lado. Llevaba una hora caminando y solo tenía la convicción de que quería llegar al final. Mientras tanto, me dejaba guiar por unos amigos que, hasta ese entonces, eran simples conocidos.
El Sol demoró en asomar. Había demasiadas elevaciones a mi alrededor y hacia ellas me dirigía yo. Para ese entonces, ya había caminado “hacia arriba”, más de tres kilómetros. Mis pies estaban muy acalambrados por esa nueva actividad matutina tan constante; pero mejor no pensaba en ello. Sabía que mi meta aún no llegaba.
A las dos horas de continuar con ese paso, ya no estaba al tanto de cuántos éramos. Solo tenía la certeza de que un pequeño grupo iba delante, me acompañaban dos y el resto quedaba detrás. De vez en cuando pasaba alguien por mi lado. A pesar de que no veía a muchas personas, durante todo el viaje tuve otro tipo de compañías: no faltó en ningún momento el color verde, el olor refrescante de la mañana campestre y el cantar de algunas aves, así como una pequeña y fina parte de lo que, en algún momento, perteneció a un árbol y que me ayudaba a sostenerme cuando mis pies solos no podían.
Cada vez el camino se volvía más complejo. Aparecían troncos que formaban escalones y me quitaban el aliento; también grandes piedras; trillos estrechos acompañados de barrancos aterrorizantes; y lo mejor: algunas que otras bajadas o cortos tramos de llanuras en los que, sin parar de caminar, podía tomar un descanso.
Hubo un momento en el que creí que debía estar llegando; pero no era así. Apenas comenzaba el reto. Un cartel lo decía todo: “ADELANTE CAMINANTE, comienza a subir el Pico Cuba, segundo en altura del país, el camino exigirá un gran esfuerzo; pero visuales espectaculares alentarán cada paso que des (…)”. Sí, ya estaba cerca del gigante de Cuba: el gran Pico Turquino; pero para ello me esperaba una prueba dura.
Tenía una lucha interminable con las escaleras, que aumentaban sus pendientes, cuando el primer claro sacó mis lágrimas. Fue realmente emocionante ver dónde estaba. Allá a lo lejos se divisaba el mar, el mismo que escuché a las 6:30 a.m. cuando comencé la subida. Pero ya no se veía tan cerca. Prácticamente tampoco divisaba dónde dejaba de ser mar y ya era cielo. Por otra parte, esas altas montañas que no dejaron ver el Sol tan pronto, ahora quedaban a mis pies. Nunca había visto un paisaje tan bello y realmente me dio la fuerza para querer más.
Así siguió sucediendo en varios momentos, hasta que los vi. El primero de ellos fue un momento a Frank País, del que no conocía su existencia. Encontrarlo ahí me hizo sentir más admiración por él y saber en realidad cuánto le agradece Cuba por toda su entrega. El segundo estaba un poco más atrás. Por fin se veía lo que tanto estuve buscando. Aún estaba distante; pero no inalcanzable.
Redoblé mis esfuerzos. El solo hecho de saber que había llegado hasta ahí me impulsaba a seguir. Para mí, no llegar, nunca fue una posibilidad. Así bajé aquella segunda gran elevación y me impulsé a la meta final.
Justo con el Sol de testigo en el centro del cielo, ese que jamás había sido tan azul ni tan cercano, llegué al encuentro. Estaba ahí, en lo más alto que se puede estar. Tan firme, erguido, gigante, fuerte, valiente. Esperaba por nosotros; por ese encuentro inevitable que todos ansiábamos. Así, llenos de orgullo y emocionados, lo abrazamos y nos compartió su pensamiento: “Escasos como los montes, son los hombres que saben mirar desde ellos, y sienten con entrañas de nación, o de humanidad”. Así comprendí por qué solo él podía estar allí, y también vinieron a mí otros nombres que, después de esta experiencia, solo puedo admirar y respetar más.
Entonces sí sentí que lo había conseguido. Hasta desapareció la fatiga por tanto esfuerzo. Ni siquiera recordé las seis horas que demoré en llegar, solo para estar, a penas, cuarenta y cinco minutos ahí. Tampoco pensé en que faltaba volver. Eso incluso sucedió en menos tiempo. Fue cuando realmente comprendí cuánto había caminado y presté mayor atención a todo lo que me rodeaba. Ya no volví a ver el mar hasta que me indicó que concluía mi viaje; pero a cambio caminé entre las nubes, bebí agua de manantial y detallé la riqueza que la naturaleza le regaló a ese magnífico lugar.
Así, antes de que el Sol me dejara otra vez, volví al encuentro de mis compañeros por tercera vez; pero ahora 1976 metros más abajo. Sin dudas, estábamos convencidos de que fue una experiencia única. Todo valió la pena, y más que eso: todo quedó en mí… para siempre.
Claudia Lianet González (CO6CDX)
Radio Club Caibarién
Joel Carrazana Valdés
Muy bonita tu crónica Lianet. ¡Felicidades! Joel (CO6JC)
Delvys Rodríguez Hernández
Muchas felicidades a Claudia, de veras muy valerosa, con cuántos deseos de imitarte me he sentido. despues de leer tu hermosa crónica.
Jav/CO3JK
Excelente crónica. He subido cuatro veces el Turquino y aún me quedan muchas más. Una de ellas lo hice con un FT-80 a la espalda además de la logística personal. En mi consideración, cada joven cubano debiera asumir ese reto o al menos intentarlo. Felicidades a la joven por su tenacidad y determinación.
73, Jav/CO3JK